
El lunes 8 de octubre, el presbítero José Manuel Suazo Reyes, párroco de la Iglesia María Auxiliadora, de la Arquidiócesis de Jalapa, celebró 25 años de haber aceptado la ordenación sacerdotal, con una celebración eucarística de acción de gracias, en el auditorio “Miguel Sáinz”, del Seminario Mayor, en la capital del estado.
El evento litúrgico, realizado a las 12 horas, fue concelebrado por el arzobispo de Jalapa, Hipólito Reyes Larios, junto con el cardenal Sergio Obeso Rivera, los obispos Eduardo Cervantes Merino, de Córdoba; y Denys Antoine Chade, de Alepo, Siria, así como prelados de distintas parroquias de la arquidiócesis con sede en esta capital.
Cientos de feligreses católicos, así como miembros de la familia Suazo Reyes encabezados por la señora madre del celebrante, María Antonia Reyes García, se dieron cita en el Seminario Mayor donde participaron de la celebración eucarística, donde el presbítero Suazo Reyes dirigió el siguiente mensaje:
“Hermanos en el sacerdocio presbiteral y sacerdocio bautismal.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo.
(Sal 116, 12-14)
“Mi nombre es José Manuel Suazo Reyes, soy el noveno de 10 hijos, mis primeros años los viví en Tecama, Tomatlán, mi pueblo de origen donde tuve mi primera escuela, la de mis padres; tengo actualmente 53 años de edad y este 8 de octubre estoy celebrando 25 años de haber recibido la ordenación sacerdotal. A los 17 años opté por ingresar al seminario y esa decisión marcó el rumbo de mi vida, fue como un parteaguas.
“En estos 25 años, he tenido la fortuna de vivir muchas experiencias sacerdotales muy significativas que han marcado mi vida personal y que ahora trato de compartir con ustedes.
“Una mañana de agosto de 1983, estando con los trabajadores de mi padre, sembrando planta de café, un hermano me llevó la noticia de que un sacerdote estaba en la casa y deseaba hablar conmigo. Ese sacerdote es el P. Andrés. Yo me emocioné mucho, me levanté en seguida, dejé mis herramientas ahí y me dirigí hacia la casa. Cuando llegué, mi madre me comentó que un sacerdote de Xalapa estaba buscándome y que quería platicar conmigo, que lo buscara en la capilla de la comunidad, pues ahí me iba a esperar. Era una mañana lluviosa, tomé mi bicicleta y me dirigí a buscarlo.
“Al encontrarme con él, comenzamos a platicar, y me hizo la pregunta más importante de ese momento: ¿Por qué deseaba ser sacerdote? Recuerdo haber dicho estas tres cosas: Deseaba ser sacerdote porque quería ayudar a la gente, porque me gustaría anunciar la Palabra de Dios y porque quería dedicar mi vida al servicio de los demás. El sacerdote siguió cuestionándome sobre mis estudios, mi trabajo, mi familia, mi vida cristiana, mi manera de ser y sobre mi vida afectiva. Compartí entonces lo que en casa hacíamos ordinariamente. Mi vida se desarrollaba de forma sencilla, en un ambiente rural, en el trabajo, la convivencia e interrelación familiar, y la participación en la Iglesia los días domingos.
“Recuerdo el primer encontronazo entre mi padre y quien fue mi vocador: Su hijo quiere ser sacerdote y se va a ir al seminario, dijo entonces el Padre Andrés. Y la respuesta de mi padre, que en paz descanse, fue !Usted no es nadie para venirme a decir qué hará mi hijo, sobre mi hijo decido yo! El resto de la conversación fue en los mismos términos, mi padre no cambió de parecer ni de actitud. Veía invadido su espacio y lo defendía a como diera lugar. Yo en medio de los dos, sin saber qué hacer! Luego de aquella discusión, pensé que el P. Andrés no volvería jamás, pero luego me tranquilizó y me dijo que no era la primera vez que lo recibían así, que ya estaba acostumbrado y que no tuviera miedo.

“Otro momento fuerte de mi vida fue cuando me despedí de mi padre porque ingresaba al seminario. Mi padre me dijo: “Si tú te vas al seminario, dejarás de ser mi hijo”. Recuerdo haberle respondido, no sé cómo salieron estas palabras. Seguramente el Espíritu de Dios habló por mí. “Padre en la vida, sólo he tenido uno, ese es usted. Usted podrá desconocerme y desheredarme, podrá prohibir que entre en su casa; yo iré el seminario y seguiré respetándolo como el único padre que Dios me dio. Algunos años más tarde mi padre cambió, él estuvo presente en el día de mi ordenación, dándome su bendición y sintiéndose muy feliz de que entregó un hijo a la Iglesia.
“Un momento muy significativo que recuerdo frecuentemente es el día de mi ordenación ya que estuvo llena momentos que han sido muy significativos para mí. Les comparto algunos recuerdos. El primer momento muy fuerte fue cuando mis padres me dieron la bendición, yo estaba por ser consagrado e iniciar mi ministerio sacerdotal. Sabía lo que significaba esa bendición. A partir de entonces mi familia sería la Iglesia, mi misión continuar la tarea de Jesús y el campo donde trabajaría sería muy amplio. Mis padres entregaban un hijo a Dios, yo le pedía al Señor que me diera la suficiente perseverancia para responder a su llamado.
“Durante la consagración otro momento que recuerdo, como algo muy significativo fue el momento de la postración. Así mientras la gente invocaba a todos los santos yo, boca abajo, tocando el suelo con todo mi cuerpo repasaba toda mi historia personal, con sus bondades y limitaciones. Con las bendiciones de Dios y mis pecados. La postración me hacía tomar conciencia de que por mis manos pasaría la misericordia de Dios. Que a través de mi pobre humanidad Dios haría muchos milagros. A través de mis limitaciones Dios fortalecería muchas almas necesitadas de su bondad. Yo solo repetía la oración del publicano, “Señor, ten misericordia de mí que soy un pecador”.
“Otro momento muy impresionante también fue cuando el obispo consagró mis manos con santo Crisma y me entregó el cáliz con que consagraría mi primera misa. Mientras el obispo me ungía yo le pedía al Espíritu Santo que ungiera todo mi ser. Que así como mis manos ahora eran ungidas con santo Crisma, también consagrara todo mi ser, es decir, mis pensamientos, mi corazón, todas mis obras y todo lo que sucediera en mi vida personal para ser un instrumento en las manos de Dios.
“En estos 25 años de sacerdote, he experimentado muy de cerca la misericordia de Dios, la Iglesia me ha acompañado y me ha ayudado a crecer, lo que ahora soy se lo debo a mis superiores, hoy aprovecho para agradecer a todos mis formadores, a los señores obispos, a mis maestros, mis directores espirituales. He tenido la fortuna de estudiar las Sagradas escrituras, me ha tocado la bendición de ayudar a mucha gente, Dios ha ofrecido su misericordia a muchas personas, a través de mi persona. La iglesia me ha dado la oportunidad de formarme y de servir en lugares muy especiales, he dedicado buena parte de mi ministerio sacerdotal a la docencia, actualmente divido mi tiempo y mi sueño, entre el servicio parroquial y la comunicación. Ambas cosas son fascinantes y me llenan de vida.
“Aprovecho este momento para darle gracias a Dios por mi familia de sangre, por la fe de mis padres y su testimonio de vida; por mis hermanos que han sido un apoyo fundamental para mi persona. Por toda la familia que tengo, de la que me siento muy orgulloso. Doy gracias también por toda mi familia de fe, que son todos ustedes, pienso ahora en los feligreses de María Auxiliadora, una comunidad donde me siento feliz de poder servir. Agradezco desde luego a mis padres y maestros en la fe, mis obispos, Don Sergio fue quien me ordenó y me siento feliz de que esté con nosotros; el Sr. Arzobispo don Hipólito a quien admiro y respeto también; agradezco a todos mis hermanos presbíteros con quienes comparto la belleza de esta vocación, y a todos ustedes aquí presentes. Gracias por ser parte de mi vida y por orar por mí.
“Todos los días le doy gracias a Dios de haber sido llamado a esta bellísima vocación, todos los días me encomiendo a Dios para que pueda responder a lo que espera de mí. Todos los días le pido a Dios por toda mi familia y todos los días sigo renovando esa consagración que hace ya 25 años Dios quiso regalarme para gloria suya. Hoy de manera pública ante mi obispo y todos ustedes deseo renovar mis promesas sacerdotales y la gracia que inmerecidamente recibí hace 25 años. Que Dios lleve a cabo su voluntad en mi persona. ¡Que así sea!”
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