95 años de autonomía universitaria

Corolario.

Raúl Contreras Bustamante

El 10 de julio de 1929 se expidió la Ley Orgánica que concedió por vez primera autonomía a la Universidad Nacional. En estos 95 años nuestra máxima casa de estudios ha fincado en dicho atributo legal, la principal razón instrumental que le ha permitido consolidarse como el más importante proyecto educativo de nuestro país, con indiscutible reconocimiento a nivel nacional como internacional.

Fueron aquellos días en los que estudiantes de la entonces Escuela Nacional de Jurisprudencia —como Ricardo García Villalobos y Alejandro Gómez Arias— impulsaron de forma valiente y vigorosa una serie de reclamos contra un reglamento académico impuesto por la Secretaría de Educación Pública, cuyo movimiento logró el reconocimiento del presidente Emilio Portes Gil, quien de manera visionaria declaró: “La Revolución ha puesto en manos de la intelectualidad un precioso legado: la autonomía de la universidad”.

Pero el camino recorrido por nuestra Universidad Nacional no ha sido fácil ni exento de conflictos; por el contrario, en diversas ocasiones los ataques y presiones se han presentado poniendo a prueba la fortaleza de nuestra alma mater. De todos ellos la universidad ha salido adelante y con el tiempo fortalecida.

Resistió la enorme presión gubernamental en 1933, cuando se decidió establecer en la Constitución que toda la educación que impartiera el Estado debería ser de corte socialista, sosteniendo el ideal de Antonio Caso de que la universidad no debería limitar su campo de acción en favor de un pensamiento único.

Debió superar la aciaga época en que la antigua Ley Orgánica determinaba que el rector y los directores debían ser electos de manera directa y popular, que demostró que desnaturalizaba la esencia de ser una institución de carácter académico.

Tuvo la fortaleza para resistir los enfoques autoritarios y represivos que originaron el movimiento estudiantil de 1968 y la masacre de Tlatelolco; con posterioridad, los ataques desestabilizadores organizados desde el gobierno que orillaron la caída de varios rectores, agresiones, tomas de instalaciones y largas huelgas que mucho daño le causaron.

La autonomía universitaria es ya un principio establecido en la Carta Magna, que otorga la protección constitucional especial a las universidades públicas, a fin de que puedan cumplir con la obligación y la responsabilidad social de proveer a los estudiantes universitarios de una educación superior en calidad, garantizando las libertades de cátedra, pensamiento, expresión e investigación para tratar de contribuir a la solución de los problemas nacionales y extender con la mayor amplitud los beneficios de la cultura.

La esencia de la universidad es la pluralidad de ideas y la libre convivencia de todas las diversidades. Podemos afirmar que la relación entre la universidad y la autonomía está entreverada: son ambas caras de una misma moneda. Se podrá estar en contra de lo que se dice dentro de sus actividades, pero nadie puede negar el derecho de decirlas y sostenerlas.

México vivirá una serie de cambios que modificarán de manera importante a su sistema político. La universidad deberá estar atenta a este devenir y establecer una relación respetuosa y firme con el gobierno.

La Universidad Nacional —fiel a su esencia— deberá ser también protagonista en el nuevo escenario planteado: siendo una voz crítica, pero constructiva; constructiva pero fuerte; fuerte pero reflexiva y reflexiva, pero siempre oportuna.  

No olvidemos jamás que del futuro de la UNAM dependerá en gran medida el futuro de México.

Como Corolario la frase de Alfonso Caso: “Que nada pueda desvirtuar los propósitos de enseñanza e investigación de la Universidad”.


Descubre más desde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.