Hoy no voy a mirar pa’atrás, sino pa’delante…

Hoy no voy a mirar pa’atrás, sino pa’delante. Y es que uno se pasa la vida buscando. Algo o a alguien. A veces, por miedo, con la intención de no encontrarlo, pero con la certeza de que si lo halla será la corona del éxito de su búsqueda. En ciertas ocasiones nos da por recorrer las huellas para que no las borre el olvido y un poco nos ponemos a pensar en el camino que nos depara el futuro, que aunque inmediato, nos invade la inquietud que viene junto con el deseo y las ganas. Con otro poco de miedo también recorremos los fracasos, esos que nos hacen valorar el esfuerzo que nos llevó a buen puerto la búsqueda fructífera, o no. Nos empinamos en la punta de los pies para vislumbrar el alcance de los nuevos propósitos. Pero sobre todo miramos con cierto detenimiento alrededor y nos vemos conviviendo con la familia, la que nos queda y en el recuerdo, los que se nos adelantaron. Y también recorremos las huellas que quedaron impresas en las piedras, las de uno y las de quienes caminaron adelante, junto y detrás de uno; las huellas que jamás pisamos: las que están detrás del arco iris: nuestros sueños. Y así surgen los rostros de cada uno de los amigos, los que hace años no vemos y necesitamos para mirarnos en sus ojos y saber quiénes somos y volver a recorrer los caminos andados, los sinuosos y los bien adoquinados. Recordamos a los amigos que abandonamos sin dar explicaciones y a los que nos abandonaron sin que uno pudiera comprender las razones; los amigos que son y siempre están, y aún a los que después de irse siguen con nosotros. El amigo niño y el pueril, la amiga niña y la ya mujer, el amigo hombre, con el que crecimos sin perder la inocencia y con el que nada más crecimos. El amigo maestro, por lo que nos enseñó en el momento y para siempre. Los tristes, los desamparados, los optimistas y los locos; los felices y los que no cejan en su búsqueda; los insomnes, los que persiguen la justicia, los que se desviven por vivir; todos, incluso los filibusteros y los peregrinos. Todos menos los hijos de la chingada insidiosos y traidores. Y cuando todos nos habitan, a nuestra manera decimos una oración y nos sentimos otra vez todos juntos, unidos por un hilito de luz. Entonces nos damos cuenta que valió la pena haberlos conocido, porque sin ellos no existiríamos, porque de todos ellos aprendimos a ser lo que somos. Y es que mis amigos son todos así, como escribiera el gran poeta portugués Fernando Pessoa: «Tengo amigos para saber quien soy yo, pues, viendo los locos y santos, serios y bromistas, niños y ancianos, nunca me olvidaré que la normalidad es una ilusión estéril». Gracias, amig@, por ser y estar. Yo, Luis Gastélum Leyva, les deseo un feliz 2025. Abrazo.


Descubre más desde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.