Emilio Carballido: como en una obra de teatro

A 100 años del nacimiento del dramaturgo veracruzano

Luis Gastélum Leyva

“¡Tercera llamada, tercera!”. Se levanta el telón. El escenario está completamente a oscuras. Se oye el ulular de la sirena de una ambulancia, rechinidos de frenos, los ruidos de las emergencias cuando se baja al enfermo del vehículo y es conducido aprisa en una camilla por los pasillos del hospital. Voces indistintas e insistentes. Se encienden las luces: es un quirófano. Murmullos de doctores y enfermeras entre tintineos de herramientas y aparatos médicos. El enfermo, con su bata blanca y sus 85 años a cuestas, a duras penas se pone de pie mientras los doctores siguen en lo suyo: haciendo maniobras de reanimación cardiopulmonar básica y avanzada a un cuerpo sobre la cama de operaciones. El enfermo, que es el mismo que los médicos intentan revivir en la camilla quirúrgica, se sienta en una silla de ruedas, se acomoda hasta quedar a gusto y se abraza para amortiguar el frío de la sala de operaciones: “En mi vida real –dice con un hilo de voz y como para sí, pero dirigiéndose al público– el sueño es muy significativo, como lo es también en mi vida literaria (avanza con la silla hasta el frente del escenario mientras se pasa la lengua por los labios para quitarse lo sequedad de la boca). Es tan fuerte que en ocasiones mis sueños hacen tronar mi vida personal. Pero bueno, el sueño también me trae regalos literarios. Tengo una libreta y un lápiz en mi buró donde los anoto al despertar, porque si  no los sueños se van a que los sueñe alguien más. Aunque ahora, yo, los sueños los tengo despierto (con parsimonia rueda la silla hasta una esquina del escenario e iluminado por un spot). Yo escribo cuando se ofrece. Me levanto a las once de la mañana o a las 12, pero si es necesario lo hago a las seis y salgo a brincar a donde se pueda. Soy lo que se ofrezca, no tengo horario ni rutina, ni soy empleado de mí mismo… Siempre he creído que el proceso creativo proviene de zonas oscuras… Aunque también puede ser la intuición. Pero al tiempo que hablo reflexiono y me corrijo, por lo que no le llamaría únicamente intuición, sino otra cosa, algo más, mucho más complicado. No sé exactamente cómo funcione pero puedo decir que cuando manejo nunca pienso que voy a meter el clutch y luego la velocidad y que aceleraré al momento que desahogo el clutch. Si lo hiciera de esa manera chocaría (dice mientras a duras penas mueve la silla de ruedas de un lado a otro). En el terreno literario esa rutina se llama naturalidad, que creo me viene desde la niñez… Fui un niño precoz: empecé a escribir en mi infancia y seguí escribiendo hasta que de pronto empecé a adquirir un nivel profesional, eso ya fue en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (se acomoda los lentes con cristales de fondo de botella). Lo que te modela es el contacto con los compañeros. Con ellos sucede lo mismo, se trata de correspondencias y reciprocidades. Claro, unos más que otros. La relación entre Rosario Castellanos, Luisa Josefina Hernández, Sergio Magaña y yo fue muy fuerte. Teníamos muchas cosas en común. Para mi fue muy importante sobre todo la inteligencia, la penetración con la que te oyen y te dicen esto sí, esto no. Fue como una forma inconsciente de taller… Yo formo parte de una generación de escritores, pero lo que pasa es que yo fui el dramaturgo pionero y el que empujaba a los demás al drama (guarda silencio, como hurgando en sus recuerdos)… El azar determina muchas cosas. Yo venía de estudiar leyes, donde la pasé muy mal. Había escrito una pieza teatral en vez de repasar mis lecciones de legislación. Llegó la época de exámenes y mejor me dediqué a escribir mi segunda obra. No me quise seguir engañando y me fui a Filosofía y Letras. Conocí y conviví con Sabines, Sergio Galindo y otros más. Pero mis compañeros más cercanos, fueron Luisa Josefina y Magaña, a quienes a empujones me los llevé hacia el drama (sonríe como quien disfruta de los recuerdos). Convencerlos fue muy grato para mí porque ya no estaba sólito sino que se conformó una generación de dramaturgos (vuelve la vista al quirófano, donde los médicos se afanan para salvarle la vida. Y prosigue con un dejo de tristeza). El teatro es mi vida. El teatro es una experiencia de mi infancia. Mi madre que fue una cantante frustrada a pesar de que tenía una voz más que adecuada, me llevaba al teatro todas las semanas y pues siempre me gustó. A los 16 años publiqué mi primera obra, pero el afán venía de muy atrás. Empecé a escribir teatro realista, eso sí, por razones de clase, porque Rodolfo Usigli nos insistía en escribir teatro realista. Decía que el expresionismo no era una escuela válida, no sé por qué diría eso, porque él tiene muchas expresionistas. Pero mi instinto me dictaba escribir cosas expresionistas y fantásticas. Luego de mi periplo con Usigli recuperé mi modo espontáneo de escribir, sobre todo a partir del contacto con el teatro chino, por mencionar una gran tradición. Pero en materia de lecciones literarias, encuentro la mejor en el siglo XIX con los recursos que ha legado el siglo XX. Entre los cuentistas he tenido cuatro ídolos en la vida: Maupassant, Chejov, Pirandello y Katherine Mansfield, y pues se le debe notar a uno. Sólo así se aprende, con los grandes del género. De niño leí lo de rigor y por supuesto me marcó: Salgari sobre todo, Julio Verne, novelas policíacas y de aventuras. Yo creo que realmente uno guarda su infancia adentro. No se olvida. Guarda uno su visión infantil del mundo y claro que se puede rescatar. Creo que a todos nos pasa. Pero las edades que más me gusta vivir literariamente son las cercanas a la adolescencia y son las que más, he usado como dramaturgo (dice mientras adopta una pose incómoda de docente), porque el dramaturgo debe descubrir los mecanismos sociales y las causas profundas, tanto sicológicas, como los diversos determinantes que tiene el ser humano, y encontrar su sentido y relación con los valores generales. El dramaturgo debe dar verdad con belleza, sólo que, en ciertos momentos, hay verdades que es más urgente decir; debe también ser un ciudadano honrado, porque, si es un vividor comprometido con el régimen, no podrá escribir nada. El teatro es la voz del pueblo cuando se hace con sinceridad. Debe ser honesto. No hablar tan deprisa como los políticos. Reflexionar, pues, para decir la verdad (vuelve otra vez la vista a la faena de los médicos y con un dejo de melancolía continúa). A veces lo autobiográfico es más evidente en unas obras que en otras. Pero en general nunca se puede ser totalmente autobiográfico. Lo más que pasa es que te tomas a ti como personaje, pero al hacerlo ya estás haciendo otra persona que no eres tú: es decir, un personaje. El niño narrador de Sobre virtudes teologales (en Flor de abismo) es muy cercano a lo que realmente sucedió, pero la realidad de entonces está retocada, está hecha, de sustancia narrativa. No hay exactitud ni rigor en el relato de los acontecimientos, pero así fueron. Uso incluso mi propio nombre y el retrato de mi familia y sus relaciones. Pero cuando ignoro algún aspecto de esa historia real decido imaginarlo y es igualmente revelador. Lo hago porque conozco la lógica del suceso, que él mismo pide un desarrollo narrativo sin traiciones. Además, la utilización de la primera persona lo permite y crea una sensación de infinitud. ¿Dónde empieza y dónde termina la realidad?, donde ese yo narrador lo desee”. De repente se apagan todas las luces. En la oscuridad se escuchan los comentarios sentidos de los doctores y las enfermeras y sólo un diálogo dramático: “Se nos fue”. Se encienden las luces y un médico aparece en las escalinatas que conducen a la entrada del hospital (el Civil Luis F. Nachón de Xalapa). Los reporteros se arremolinan a su alrededor. El galeno, en medio de micrófonos y grabadoras, expresa: “El dramaturgo veracruzano Emilio Carballido ingresó al nosocomio hoy lunes 11 de febrero del año 2008 a las diez de la noche y 20 minutos después fue declarado clínicamente muerto por un paro cardiorrespiratorio producto de un infarto agudo al miocardio con choque cardiogénico”. Un reportero pregunta: “¿Quién es Emilio Carballido?”. El teatro se queda otra vez en penumbras y desde la oscuridad del escenario se oye una voz que dice: “Soy yo mismo”. Emilio Carballido, nacido en Córdoba, Veracruz, hace 100 años, ha muerto. El dramaturgo Emilio Carballido vive en su obra. Cae el telón.


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