El Premio Nobel de la Ingratitud

Luis Gastélum Leyva

“El mercader de la muerte ha muerto”. Todo empezó 1888 con este encabezado de un periódico francés que confundió la identidad de Alfred Nobel con el de su hermano Ludwig, quien falleció de una hemorragia cerebral. Entonces, el inventor sueco de la dinamita y otros explosivos –llegó a acumular más de 300 patentes y a quien el rotativo lo calificaba de “el vagabundo más rico de Europa” y lo condenaba por “sus artificios con los que se había enriquecido al descubrir formas de mutilar y matar inocentes”–, se dio cuenta que no tenía una buena imagen pública y el obituario prematuro lo motivó a crear los premios Nobel para mejorar su legado. Su intención, contraria a la actividad que lo hizo millonario, era recompensar a todos aquellos que trabajan con desinterés por la sociedad y otorgan el mayor beneficio a la humanidad. La Fundación Nobel estableció cinco categorías en las que se otorgarían los premios: Medicina, Física, Química, Literatura y la Paz. Así, los premios Nobel se entregaron por primera vez en 1901 y desde entonces se han convertido en los galardones más prestigiosos del mundo y lo han recibido casi mil personas, de las cuales menos del diez por ciento son mujeres. Y a pesar de toda su pompa y circunstancia, no han sido ajenos a los escándalos: los desaires, los ganadores cuestionables y los conflictos de intereses se encuentran entre las controversias que han acosado a los premios. El más polémico ha sido el de la Paz. Se recuerda, por ejemplo, la nominación en 1939 de Adolf Hitler: un legislador sueco lo nombró en broma, pero a nadie le pareció divertido y creó un alboroto que se retiró rápidamente. Sin embargo, las nominaciones del líder soviético Joseph Stalin en 1945 y 1948 se hicieron con toda seriedad. Pero Hitler ya había aparecido en el stage de los Nobel en 1935, esa vez por su disgusto y su ira después de que le fue concedido al periodista alemán Carl von Ossietzky, encerrado en el campo de concentración de Esterwegen Papenburg. Hitler prohibió entonces a todos los alemanes aceptar un premio Nobel y creó el Premio Nacional Alemán de Arte y Ciencia como alternativa. Se registra también el rechazo en 1974 del líder vietnamita Le Duc Tho, quien compartiría el premio con el recientemente fallecido Henry Kissinger por poner fin a la guerra de Vietnam, y se negó a aceptarlo argumentando que “la paz aún no había llegado”. O el otorgado en 1994 a los guerreadores Yasser Arafat, líder de la organización para la Liberación de Palestina, y al israelí Shimon Peres. En cuanto a los premios Nobel de Medicina, Física y Química, a pesar de un nivel predecible de controversia que se deriva de los perdedores merecedores y ganadores indignos, se considera generalmente como una impulso positivo en la ciencia moderna. Y en el de Literatura – que basado en la voluntad del filántropo e inventor de la dinamita debería ser para “la persona que haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada en una dirección ideal”, que después de más de un siglo no existe un consenso unánime sobre lo que constituye este “ideal”– se repite la controversia de perdedores merecedores y ganadores indignos pero los galardonados lo consideran una lápida para su creatividad, no así del millón de dólares que constituye el premio. Y es que en el mundo de los escritores también tiene su hipódromo y ese es el Premio Nobel de Literatura: exacta, trifecta y superfecta. Las quinielas en sus diversas modalidades de apuestas en la carrera por el máximo galardón de las letras universales arrojan en estos días previos a su concesión –se otorga este jueves– los nombres de quienes con derechos lo merecen, los eternos candidatos y otros que se suman cada año a los caballos pura sangre de la literatura. Nadie sabe a ciencia cierta el criterio preciso de selección de los 18 gélidos integrantes de la Academia Sueca, a la cual suelen atribuírsele misteriosos y ocultos métodos para la designación del ganador. Jamás revelan más de lo necesario ni comentan sobre nombres concretos y repiten con obstinación el criterio de calidad literaria como punto central de la decisión, rechazando toda opinión de los “expertos” y pitonisos. Unos dicen que la elección de entre las 250 propuestas promedio de cada año se hace de acuerdo a las circunstancias políticas o religiosas de tal o cual zona del planeta, o si debe ser del Tercer Mundo o una etnia remota para compensar la supremacía de los países desarrollados, otros dicen que se hace conforme a un balance entre sexos o que se inclinan por un representante de un idioma minoritario. Lo cierto es que en el proceso de selección que realiza la Academia Sueca a partir de su primera reunión en febrero, a estas alturas de octubre ya es más que sabido el nombre de quien el próximo 10 de diciembre, fecha en que se conmemora la muerte de Alfred Nobel, habrá de acudir a Estocolmo para recibir de manos del Rey de Suecia una medalla de oro, un diploma y un cheque por más de un millón de dólares.

Los misteriosos criterios para otorgar el Nobel

Pero al final de cuentas ¿cuál es en realidad el significado de recibir el Premio Nobel de Literatura? Además, claro está, del atractivo de multiplicar las ventas de una manera vertiginosa y ser traducido a los más remotos idiomas. ¿Por qué a pesar de ser continuamente criticado como elitista, caprichoso, ilegítimo, posee tanto prestigio? Hasta ahora, con la excepción de Jean Paul Sartre en 1964, nadie lo ha rechazado, de lo que muchos años después el autor de La nausea se arrepintió y solicitó recibir la suma correspondiente al premio, pero le fue negada. El Nobel de Literatura es en realidad un premio concedido por un grupo mínimo de escritores y críticos completamente desconocidos para el mundo, con sede en la capital de un recóndito país escandinavo. ¿Con qué legitimidad pueden un puñado de señores, y unas pocas damas, corear al campeón mundial de la literatura? ¿No es todo premio relacionado con manifestaciones artísticas arbitrario? ¿Es el Nobel más caprichoso o pretencioso que otros premios literarios? ¿O será tan prestigioso justamente por la fama de los suecos de ser insobornables y minuciosos? ¿O porque está tan documentada la seriedad del proceso? ¿Por qué un premio ideado por el empresario Alfred Nobel, sin conocimientos específicos en el campo de la literatura, resultó el galardón literario más codiciado? Otro de los misterios de ese país misterioso que es Suecia es que dejó morir a su propio autor August Strindberg sin el Nobel y en cambio galardonó en la primera edición del premio, en 1901, al poeta francés Sully Prudhomme. Coincidentemente, cuenta Max Vergara en su interesante blog, que cuando el Premio Nobel se estableció hace 120 años, muchos de los grandes maestros del siglo XIX aún vivían. En vez de glorificar el primer premio con el nombre de Tolstoi o Chéjov, Meredith o Swinburne, Hardy o Zola, Twain o Henry James, o incluso aquellos dos gigantes nórdicos de Strinberg e Ibsen, la Academia Sueca se inclinó por un nombre desconocido más allá de los límites de París. La carta de 42 escritores suecos de entonces desdeñando a Prudhomme y rindiéndole honor a Tolstoi no es expresión gratuita de la ingratitud con la que se otorga el codiciado reconocimiento. Otras veces se ha galardonado a escritores cuando ya casi están en el olvido, como Faulkner en 1949 (en una doble ceremonia con Bertrand Russell) y a Hemingway en 1954, cuando ya la chispa de la inspiración hacía mucho los había abandonado. El mismo Hemingway dijo que “aquella cosa sueca” era la mejor fórmula para sepultar eternamente la carrera de un escritor. T. S. Eliot (1948), que consideró el premio más un epitafio que un honor, escribió: “El Nobel es el boleto sin regreso para el funeral de uno mismo; nadie ha servido para algo bueno tras ganarlo”. Albert Camus (1957), como muchos otros escritores, se sintió culpable de recibir el premio tras un preocupante “periodo de esterilidad mental” y se deprimió al “ganarlo por nada”. Derek Walcott (1992) lo llamó “el beso de la muerte”. V. S. Naipaul (2001), el más sincero de los escritores en cuanto al arte de escribir, no publicó nada de valor desde 1992 y después del premio se sientió más infeliz que antes. Y la sentencia premortem de Harold Pinter, quien había dicho que si alguna vez ganaba el Nobel no escribiría ni una sola pieza de teatro nunca más. Y lo cumplió: lo ganó en 2005 y murió la Navidad de 2008. El mismo Gabriel García Márquez (1982) decía, en broma y en serio, que lo único para lo que le sirvió el galardón fue para no hacer colas. Además, sobre la Academia Sueca pesan los grandes olvidados: Rilke, Musil, Kafka, Broch, Conrad, Forster, Joyce, Woolf, Lawrence, Orwell, Stevens, Frost, Pound, Proust, Malraux, Nabokov, Wells, Huxley, Graves, Murdoch, Hughes, Fitzgerald, Tennesse Williams, Miller, D’Annunzio, Di Lampedusa, Levi, Brecht, García Lorca, Cavafy, Kazantzakis, Pessoa, Mishima, Cortázar, Marías, Kundera y, por supuesto, nuestro genial Rulfo, entre muchos otros. Pero sobre todo prevalecerá en la conciencia gélida de los académicos suecos un olvido imperdonable: Jorge Luis Borges, de quien se dice ya había sido el elegido en 1976 pero de última hora fue sustituido por el estadounidense Saul Bellow por un rumor con tintes de parodia. Dos años antes de que a él mismo le fastidiaran la vida con el Nobel, García Márquez contó: “La versión más corriente entre escritores y críticos es que los académicos suecos se ponen de acuerdo en mayo, cuando se empieza a fundir la nieve, y estudian la obra de los pocos finalistas durante el calor del verano. En octubre, todavía tostados por los soles del Sur, emiten su veredicto. Otra versión pretende que Jorge Luis Borges era ya el elegido en mayo de 1976, pero no lo fue en la votación final de septiembre. En realidad, el premiado de aquel año fue el magnífico y deprimente Saul Bellow, elegido de prisa, a pesar de que los otros premiados en las distintas materias eran también norteamericanos”. Y, genialidades supremas aparte, un elemento que unía a la literatura de Bellow con la de Borges era su humor. Por eso, los suecos no entendieron el salero porteño del autor de El Aleph en su audiencia solemne con el General Augusto Pinochet unos días antes de la designación del Nobel de aquel año y borrarlo de un plumazo para siempre como pronóstico del premio, sólo porque Borges, en un desdichado discurso ajeno a su literatura magistral, se atrevió a resaltar “el honor inmerecido de ser recibido” por el dictador chileno y, sin que se lo preguntaran, afirmar que “en Argentina, Chile y Uruguay se están salvando la libertad y el orden”, para rematar: “Ello ocurre en un continente anarquizado y socavado por el comunismo”. Para García Márquez “era fácil pensar que tantas barbaridades sucesivas (de Borges) sólo eran posibles para tomarle el pelo a Pinochet”, pero la acritud y el carácter rígido de los académicos suecos no lo entendieron así y, en ese momento, hubo necesidad de echar mano de alguien para designar al galardonado y ese fue Saul Bellow. Para este año, las casas de apuestas y los expertos del sector barajan como posibles ganadores, además de los eternos postulados como el japonés Murakami, el albanés Ismail Kadaré, la estadounidense Joyce Carlos Oates y su compatriota Thomas Pinchon, entre otros, los italianos Claudio Magris, Alesaandro Baricco y el tardío literato (ha publicado sólo tres novelas y la primera es de hace diez años); el rumano Mircea Cartarescu, las canadienses Anne Carson y Margaret Atwood, el sirio Ali Ahmad Said Esber, mejor conocido como Adonis, la antiguana Jamaica Kincaid, el australiano Gerald Murnane, la china Deng Xiaohua, conocida por su seudónimo Can Xue, el indobritánico Salman Rushdie, la griega Erse Soteropoulou, el portugués Antonio Lobo Antunes, la escocesa Ali Smith, el húngaro Laszlo Kraznahorkai y el búlgaro Gueorgui Gospodínou… En fin, y aunque en la lista no aparecen muchos otros, escritores y poetas de un mundo raro y lejano a las heladas decisiones de la Academia Sueca, figuran en la pista del hipódromo del Nobel de Literatura, de manera sorpresiva –y muy merecida— los españoles Javier Cercas, Antonio Muñoz Molina y Enrique Vila-matas, además del argentino César Aria, y como las alternancias juegan un papel importante en la Academia sueca, se han sumado los nombres de la argentina Samanta Schweblin y la mexicana Cristina Rivera Garza, además de la ya mencionada en otros años Elena Poniatowska. Así, el paddock está listo para este jueves. Hagan sus apuestas porque “¡Arrrrrrrancan!”.


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