Columnas

Confianza en la Corte

Manuel Zepeda Ramos

Algo nuevo está pasando en México.

Desde la impresión profunda del 13 de noviembre pasado cuando vimos un río caudaloso de mexicanos pacíficos de todas las edades caminando por el Paseo de la Reforma hacia el monumento a la Revolución que surgían a borbotones de otras muchas calles de la capital del país y de otras tantas decenas de ciudades de México en donde también se pronunciaban ciudadanos que se contaban por decenas de miles y por el mismo motivo: defender al INE, los mexicanos que habitamos el territorio, fundamentalmente clases medias de todas las entidades federativas, empezamos a hablar, correcta pero enérgicamente, sobre el futuro del país que queremos para nuestros hijos.

Hace pocas horas, el domingo 26 de febrero, volvimos los mexicanos que queremos el mejor futuro para México, volvimos digo, a tomar la calle con un solo motivo: decirle a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que confiamos en ellos, que como integrantes del tercer poder que integra esta apasionante república que tanto amamos, el poder judicial, habrá de ser quien despeje todo el barrunto de tormenta que hoy amenaza a México con destruirlo.

Gracias a la gran fuerza de la sociedad civil y a su convocatoria patriota de conservación y visión futura, esa sociedad civil valiente e informada de la Capital del país y de cientos de ciudades a lo largo de nuestra geografía y de mexicanos que viven en el extranjero, en Estados Unidos, Canadá y Europa que también se pronunciaron, volvimos a ver esa gran movilización humana que sabe cuándo y dónde, para volver hacer la hazaña de tomar las calles de México, pacíficamente y acompañada de sus familias de todas las edades, para demostrar que conoce la importancia de vivir en democracia, en un régimen representativo y federal integrado por mexicanos que aman a su patria.

Desde que marché hacia el zócalo desde Casco de Santo Tomás y después desde el Museo de Antropología acompañando a nuestro Rector Javier Barros Sierra, en aquellas jornadas maravillosas de conciencia cívica de los sesentas del siglo pasado que a los jóvenes de la época nos marcó para siempre y nos llevó a desarrollar un deseo irrefrenable de llevarle al pueblo lo que habíamos podido recibir de formación profesional, a la Sierra Madre de Chiapas; desde esa época digo, no había visto tanta gente, tantos mexicanos conscientes, de todas las edades, marchar hacia el zócalo, pero ahora acompañados de sus familias. Jóvenes, viejos y niños vestidos de rosa que «atascaron» el zócalo y todas sus calles aledañas que dan acceso a la Plaza de la Constitución, para decirle a las puertas de su casa, a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y a sus Ministros, que confiamos en ella para corregir la buena marcha del país.

Solo bastaron dos mexicanos valientes y bien formados, una mujer y un hombre; una, periodista lúcida que le viene de lejos y otro, ministro en retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, los dos evidentemente patriotas quienes, en escasos ocho minutos, supieron decirle a México entero a que se había ido, para después, entonar el Himno Nacional, la más hermosa interpretación de nuestro emblema musical que haya oído e interpretado en todos mis casi 74 años de vida.

Los jóvenes presentes se encargaron de llenar de flores la puerta de entrada, dorada, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, como muestra de confianza a uno de los poderes que integran nuestra gran Nación.

Con la enorme manifestación ciudadana, voluntaria, de los habitantes de este nuestro gran país, empieza la recuperación de nuestras fuerzas democráticas que habrán de renovarse en el 2024.

Fue, sin duda, el acto masivo más significativo de lo que lleva este siglo de grandes complicaciones y que habremos de resolver todos, como debe de ser.

A la democracia mexicana se le mueve la colita.

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